Una
ciudad, cualquier ciudad, si lo pensamos bien, es un amasijo de
edificios, de gente sobre cemento sobre gente, apiñados en
cuadrículas a su vez entrecortadas por ríos de más gente. Gente
caminando con sus paticas apuradas. Gente dándole pedal a prótesis
que ruedan. Gente metida en armaduras de fibra de vidrio que rugen y
pitan flatulentas.
Bogotá,
por su parte, es como un cuadro del Greco o de Tintoretto, una ciudad
de capa sobre capa sobre capa. La capa más subterránea de los
muiscas muertos, los zipas y los zaques, los tunjos y las guacas y
esquirlas del Dorado desparramadas bajo tierra quién sabe dónde. Y
encima, la capa de los primeros pobladores extranjeros. Los
armadillos de hierro y acero que venían de Europa montados en
enormes llamas. Y encima de esa, la capa de los primeros hijos de los
extranjeros y de los muiscas. Los moscas. Los mestizos. Y sobre esa,
capa sobre capa, interminables capas de inmigrantes y de nativos y de
hijos de unos y otros. Capa sobre capa, vamos olvidando quiénes
somos.
En
las filas de transmilenio se ven todas las capas como heridas
abiertas en un oso que se ha comido un venado que se ha tragado un
pavo que se ha tragado una lombriz que se ha muerto atorado con un
mosquito.
En
las filas de transmilenio, la tecnología no importa y la filosofía
no importa y la economía no importa y la política tampoco importa.
En las filas de transmilenio somos hordas de homo erectus huyendo de
un dientes de sable y quizá persiguiendo a un mamut. Sólo permanece
en nosotros la urgencia y el hastío. Todos son nuestros enemigos.
Todos son idiotas. Todos merecemos pasar primero y es el resto el que
debe esperar. Nos apiñamos contra el aire, contra las puertas
abiertas de par en par, como lemings en competencia a ver quién se
cae primero. Las rutas de transmilenio son las arterias de la ciudad
por donde circula la quintaesencia del ser bogotano: la bestia
atemporal. Sin pasado. Sin valores. Sin historia. Sin parafernalias
culturales, sociales, religiosas, filosóficas. Sólo mamíferos en
una lucha --iba a decir "sin cuartel" pero luego me
pregunté el origen de este lugar común que tanto odio; por otro
lado, los mamíferos no usan cuarteles para sus luchas, con un par de
cuernos y un par de dientes y unas buenas garras basta.
Muchos
han dicho (no merecen la cita) que la cultura es uno de los aspectos
que diferencian al hombre de los demás mamíferos, y de los demás
exponentes del reino animal. Pero también dijo Thomas Hobbes (y no
puedo evitar pensar en el tigre de la historieta) que el hombre es
lobo para el hombre y que eso es sin duda una consecuencia de la
cultura. Una consecuencia de dejar el nomadismo (¿o la nomadez?) y
estatalizarse. Una consecuencia de matar a los predadores que nos
disminuyen y ponernos a follar como conejos.
Las
ciudades grandes no son mejores por ser "cosmopolitas",
"metrópolis", "globalizadas",
"industrializadas". Las ciudades grandes son habitadas por
gente que a la primera oportunidad que tienen, procuran un lugar más
o menos íntimo (baños públicos, moteles, carros, ascensores,
cocinas, vestidores de almacenes de cadena y algunas veces, camas) y
se dedica a reproducirse como en mitosis perpetua. Las ciudades grandes son receptáculos
de
hordas
de inmigrantes
que se bajan en avalanchas de las flotas, de los aviones, de los
barcos, como redes que se rompen y escupen toneladas y toneladas de
arenque sobre las terrazas de los edificios y sobre las calles. Como
bandadas de palomas aterrizando directamente en las filas de los
bancos, de los buses, de los juzgados, de los hospitales, de las
embajadas, de los restaurantes, como si esperaran que en algún
momento fuera a llegar alguien a repartirles maíz. Hordas que vienen
a buscar desempleo, a buscar hambre, a buscar ser robados o robar.
Las ciudades grandes son enormes collages de capa sobre capa de gente
de todas las culturas, de todos los niveles socioculturales, de
eventos incesantes de teatro, ópera, conciertos, pan y circo, pero también de
pobreza e injusticia y gente apiñada, esperando.
Un
bogotano, entonces, en el extenso bestiario de las culturas humanas,
es un espécimen cuya paciencia está siempre puesta al límite, con
perpetuas tendencias asesinas y suicidas que nunca se concretan, que
debe forzarse a ser feliz, a conseguir una pareja, a crear una
rutina, a buscar un trabajo que lo mantenga apenas vivo. Que lo haga
sentir esclavo de algo o de alguien. Como en las eras antiguas.
Ajá, una mirada bastante cenital o subterranea, que para el caso permite lo mismo:
ResponderBorrarver.
Como dices, el ser humano nació como un nómada, cazador y presa, que inventó una fortaleza gigante donde refugiarse -llamada ciudad- y en cuyo seno de permitió relajarse, emborracharse, follar y reproducirse, dejado huérfanos sus instintos violentos que eran la base de su existencia en estado salvaje; ahora había que redirigirlos hacia algo: él mismo, su entorno, su propio clan.
ResponderBorrarPara mí, incluso como lo describes, tiene el encanto de la decadencia.Me parece una hermosa descripción de esa ciudad que me consume y que amo profundamente.
ResponderBorrarSeguimos siendo bestiecillas asustadas y aguerridas. Buscamos y huimos. Buscamos y huimos.
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