martes, 28 de julio de 2015

PEDRO

Desde el momento en que a Pedro no pudieron encontrarle la vena para tomarle la muestra de sangre, se preocupó. La verdad, ya venía bastante inquieto desde que se subió al taxi al no poder dar la dirección. Simplemente no le salieron las palabras. No era que las hubiera olvidado, pero su garganta solo quería gruñir. Le tocó abrir la puerta del carro en movimiento y saltar.
El electrocardiógrafo no registró pulso, los doctores pensaron que la máquina se había dañado. Pero Pedro venía con muchos problemas. La apariencia de su piel, cianótica, poco flexible, fría. El hematoma a lo largo de toda la espalda. Las articulaciones y los músculos que se le iban endureciendo a medida que pasaban las horas. Los ojos que a cada minuto le servían menos para ver. Señor, qué siente, le preguntó el médico general cuando lo recibió. Pedro sólo gruñó con desaprobación. No pudo contarle la historia que comenzó tan graciosa con una pérdida del equilibrio.
El reflejo rotuliano no le funcionó. Y ahí comenzó la chorrera de exámenes. Nadie podía explicarse nada. Y él tampoco los podía ayudar. Recordaba todo. La gotera. La traída de la escalera. El resbalón. Pero las palabras no le salían. Y la mandíbula se le estaba endureciendo.
Cuando le palparon el abdomen y lo auscultaron, no se oía nada. Tal como había pasado con su corazón. Lo mandaron para ecografía. Los médicos y los técnicos intercambiaban silencios y miradas consternadas. Sus órganos se estaban necrosando. Y él no se veía bien. Especulaban si estaban frente a una nueva enfermedad.
Casi por deporte, por morbo quizá, pero sobre todo, porque se encontraban abrumados, le ordenaron un TAC cerebral. Había irrigación en el cerebelo y en el bulbo pero en el cerebro apenas sí se veían ríos endebles. El interior de su cabeza se parecía más a los paisajes desérticos de Marte que a algo orgánico.
Pedro olía muy mal. Él lo sabía. Lo sentía. El olfato se le había agudizado. Oler su propia inmundicia era una tortura. Intentó explicarles que su accidente había ocurrido ya hacía seis horas. Que había quedado inconsciente y que lo primero que había pensado al abrir los ojos era que, antes de intentar arrancarse de la cabeza el rastrillo de jardinería, debía ir a un hospital. Ahí todavía era capaz de razonar. Pero a medida que el sol bajaba hacia el poniente, le costaba más trabajo. Al final sólo podía pensar en que le estaba dando mucha hambre pero que no quería empanadas como cuando se despertó, ni carne asada, sino llanamente carne.
Le pedían que caminara de aquí para allá y de allá para acullá y lo observaban. Habían dejado de burlarse del caminado de otros desde la primaria pero esto... no, no era para risas. Ver a un hombre con una herramienta clavada en la cabeza, cubierto de sangre, caminando a duras penas como si fuera un tullido, no era motivo de burla... ¿O sí?

Cuando ya se hacía oscuro afuera, por primera vez a un hombre de blanco se le ocurrió decir lo que los demás callaban: pero si este hombre está muerto. Casi al mismo tiempo, a Pedro le dieron ganas de morderlo. Como lo había hecho esa rata en el tejado esa mañana. Esa rata que ahora que lo pensaba no se veía muy viva cuando, aparecida de la nada, le clavó los dientes, lo hizo perder el equilibrio y caer de semejante altura sobre el rastrillo.

viernes, 17 de julio de 2015

HOMENAJE A UN ANTROPÓFAGO

Creo firmemente que no se puede hablar de gore, mucho menos de gore místico, sin mencionar el término antropofagia. Y no se puede hablar de antropofagia sin hablar de América. Me refiero, claro, a la sana costumbre de algunos grupos indígenas de nuestro continente, que evitaban la acumulativa y antihigiénica (infrahumana por demás) maña de encerrar a los enemigos (o criminales, entiéndase como se quiera), y la reemplazaban por la práctica, buena para épocas de escasez y sana costumbre de comérselos. Si lo vemos desde ese punto de vista, los precolombinos tenían un enorme sentido práctico: andaban desnudos, o ligeros de ropa, se agrupaban hasta cien personas en una sola casa, no incurrían en gastos innecesarios como comprar carros, tener internet, viajar en aviones o comprar comida en supermercados. Ellos no eran bobos, seguramente se les había ocurrido todo eso, pero su sensatez evitaba que lo llevaran a la práctica, porque preferían mantener un bajo perfil y ser ahorrativos. Eran tan ahorrativos que si alguien desconocido pasaba más cerca de su bohío que una danta, pues no lo pensaban, lo echaban a la olla. Eran tiempos difíciles.
Las recetas de muchas comunidades americanas (y hablo de la América que va de Alaska hasta la Patagónica) involucraban masas cocinadas "al hoyo" y/o envueltas en hojas de algo. Cuando ellos se comían a sus enemigos, los envolvían también, es casi seguro. Cuando llegaron los españoles, los prefirieron porque ya venían envueltos así que les ahorraban el trabajo. Sólo cambiaba el envoltorio, y el sabor adquiría una sazón que les resultó interesante. Así nació la carne al trapo.
A esta caracteristica práctica de los indígenas aludía Oswald de Andrade en los años 20 cuando escribió, en el calor tropical del Brasil, el manifesto antropófago. Pero, poniéndonos serios (no crean nada de lo que está antes de este párrafo), este movimiento se originó en 1928 con el cuadro que Tarsila do Amaral le regaló a su esposo para su cumpleaños: El “Abaporu” que significa en tupí “el hombre que come”.

Abaporu


Su esposo, Oswald de Andrade, como respuesta a este regalo, escribió el mencionado manifiesto, e inició una revolución a nivel artístico, intelectual, en fin, cultural, que pervive hasta nuestros días en el hermano país. Quizá la consigna que sintetiza el manifiesto es “Tupí or not tupí, that is the question”. Y como tupí se define: lo indígena, lo antropófago, lo desnudo. Lo desnudo como franqueza y la antropofagia como la necesidad de dejar atrás las imitaciones maniqueas de los escritores y de, en cambio, devorar, sí, todos los buenos libros que producen los europeos, pero regurgitarlos (así lo dice, no estoy inventando) en una escritura original, autóctona.

El movimiento antropófago brasileño fue precursor en nuestro vecino país, de movimientos como el tropicalismo, de los años 60. Y es aquí donde entra un cantante muy importante para dicho movimiento y a quien quisiera hacer homenaje. O, para ser más precisa, quiero hacerle homenaje a un homenaje que otra cantante le hizo. El cantante es Caetano Veloso y quien lo homenajea es Adriana Calcanhotto, nacida como artista en los años 90. Y la canción se llama  “Vamos comer Caetano” ("comámonos a Caetano"). Como se ve, el mismo título es antropófago. Y lo homenajea ni solo por las raíces antropófagas de Veloso sino porque, más concretamente, él había compuesto una canción llamada "Vamo comê" (vamos a comer) donde el cantautor bahiano en compañía de Luiz Melodia, en 1988, comienza hablando de comer "feijão" (frijol) y "farinha" (harina de yuca) y termina incitando al publico a comer "João" y "Maria" en un sentido erótico.




Adriana toma esta canción para homenajear a Veloso y la transforma en "Vamos comer Caetano".

Esta es la canción con la letra traducida al español:



Vamos a Comernos a Caetano

Vamos a comernos a Caetano
Vamos a disfrutarlo
Vamos a comernos a Caetano
Vamos a comenzarlo

Vamos a comernos a Caetano
Vamos a devorarlo
Deglutirlo, masticarlo,
Vamos a lamer la lengua

Queremos bacalao
queremos sardina
El hombre de Palo Brasil
El hombre de Paulita
Desollado por bacantes
En un espectáculo
Banqueteémonos
Orden y orgía
En la súper bacanal
Carne y carnaval

Por lo obvio
Por el incesto
Vamos a comernos a Caetano
Por la frente
Por el verso
Vamos a comerlo crudo

Vamos a comernos a Caetano
Vamos a comenzarlo
Vamos a comernos a Caetano
Vamos a revelarnos (desnudos)

La canción es un homenaje a varios ritmos afrobrasileros, combinados con sonidos electrónicos, y voces y gritos. Dichas voces, hay que anotar, pertenecen a fragmentos de canciones de Caetano Veloso.
Adriana incita al público, a los fans, con un insistente "vamos", a devorar a Caetano, el ídolo. Y menciona a las bacantes, las sacerdotisas del dios Baco. Ellas, aunque no eran antropófagas, comí sí lo eran los cíclopes, desollaban animales pequeños y se los comían crudos en las bacanales. Pero ellas, con ese acto mamívoro (me lo acabo de inventar y no, no siginifca comerse a la mamá, sino comer mamíferos), homenajeaban el mito que decía que el dios Baco, dios del vino, había sido devorado por sus ancestros, los titanes (esos sí que eran antropófagos... o deífagos que sería "los que comen dioses", porque los dioses no eran... bueno, ustedes entienden el punto). No olvidemos el famoso cuadro de Goya, "Saturno devorando a un hijo".

"Saturno devorando a un hijo" de Francisco de Goya.

Ese "vamos" de Adriana, incita a la multitud a participar del banquete, como si hubiera para todos. Es como si el cuerpo de Caetano se expandiera, se convirtiera en la imagen de la abundancia, del alimento sin límites. Como el cuerpo del dios devorado por sus hijos, sus criaturas. Por eso dice "por lo obvio, por el incesto, vamos a comernos a Caetano". Es un incesto sexual, es digestivo pero también es intelectual en el sentido que le daba de Andrade.
Por otro lado, durante la canción vemos versos como: “Orden y orgía / En la súper bacanal / Carne y carnaval”, que no hay verbos, sólo sustantivos, contrario a lo que diría el filósofo guatemalteco, "Jesús es verbo, no sustantivo". La autora no sólo nos dice de frente que vayamos a comernos a Caetano; también nos lo da como una especie de mensaje subliminal: se "come" parte de la oración para reiterar sus deseos caníbales.
Cuando hablamos especificamente del verso que dice “Orden y orgía”, Calcanhotto parodia el lema inscrito en la bandera brasileña que es: “orden y progreso”. Esa transformación tal vez se deba a lo que dice de Andrade en el manifiesto antropófago. Para los antropófagos la fecha clave es el 11 de octubre de 1492, porque ese fue el último día de la antropofagia, de la desnudez, de la verdad; el último día de la Edad de Oro como de Andrade lo llama. Así que ese verso quizá nos diga, Brasil debería devolverse a esa era, a ese día, antes de la llegada de Colón.

En conclusión y para resumir, Caetano, de estirpe antropófaga, se devoró la cultura reinante de su país, y transformó el “orden y progreso” de la bandera en un “orden y orgía”. Con esta canción, la cantante nos dice que por ese lugar que el bahiano rebelde se ganó en su país (deberíamos adoptarlo en el nuestro y dejarnos influenciar por sus ideas juveniles), Veloso debe ser devorado, disfrutado, saboreado, por sus hijos. La canción, entonces, es una arenga. No de guerra sino de carnaval, de bacanal, de fiesta. y somos nosotros, los oyentes-lectores, los responsables de llevar a cabo la acción. Esta canción es un himno antropófago que nos insta a todos a devorar conocimiento, vida, experiencia, y regurgitarlo todo creativamente en algo nuevo y único. Y al resto del mundo le dice, hay que comer Caetano, sí, pero también, hay que comer Brasil, hay que comer América.