martes, 19 de mayo de 2015

AMOR ENTRE CRETINOS Y TONTOS (love between jerks and dorks)

Algunos hablan del amor correspondido, el amor a primera vista, el amor progresivo. Yo digo que el amor es siempre recíproco. Sólo que no siempre las dos personas lo sienten de formas iguales. Por otro lado, cada individuo actúa de acuerdo con su cultura, su estrato sociocultural y su nivel intelectual.

Hay parejas que se conectan y es para siempre. Son a prueba de todo. Resisten la distancia, los problemas, las personalidades disímiles. Hay otras que sólo se conectan por un rato. Y hay otras que podrían haberse conectado para algo profundo pero los transcurrires de sus cerebros, sus ambiciones, sus temores, sus manías, enturbian ese sentimiento primal. Y hay también gente que simplemente nunca entenderá lo que es el amor y jamás se conectarán con lo que sienten.

Tal vez la gente me diga que soy muy idealista pero creo que incluso en la más cruda y salvaje atracción sexual de dos personas que se encuentran para sentir placer por una noche también hay un tipo de amor. Sólo que ese amor es sin deseos, sin ataduras, sin proyecciones a futuro, un amor que trasciende las ganas de cambiar al otro o cambiar por el otro. Es, se podría decir, un amor del cuerpo, de la piel. Sin que eso sea llamado superficial, porque la piel, los músculos que se usan en el sexo, los tendones, las articulaciones y los huesos, tienden conexiones innúmeras con el cerebro que nos llevan a recuerdos, que nos arropan y nos envuelven en vestiduras de nuestro pasado y de los futuros que quizá no tendremos. Puede uno tener un amante de una noche o de muchos años y amarlo así, en lo furtivo, en el instante, en lo que no lleva a ningún lado pero se hunde en los meandros del éxtasis.

He conocido parejas, por otro lado, y yo misma las he tenido, que cuando se termina la relación lo dejan a uno agotado y con la sensación de haber perdido tiempo valioso. Hombres y mujeres que enamoran para sacar alguna ventaja. Yo me pregunto, sin el animo de excusarlos, si esas personas acaso, no es que no tengan sentimientos, sino que llanamente no saben que los tienen.

Uno se enamora, se conecta, y muchas veces no le importa si la persona es conveniente o no. La edad, el estado sicológico, la condición, el credo, esas cosas no importan al corazón. Simplemente sentimos ese golpe, ese rayo que nos cae en todo el pecho, nos dejamos caer en los pozos gemelos de sus ojos y ya no podemos salir. Y nos maravillamos ante eso que hemos sentido y creemos que para el otro o la otra también ha sucedido ese obnubilador fenómeno del espíritu. Pero algunas veces nos atrevemos a preguntar si ese inexplicable milagro ha sido percibido por el otro y podemos desilusionarnos con la respuesta. “Te quiero como amiga”, “mi cabeza está en otro lado ahora”, “¿qué hice para que sintieras eso?”, son algunas de las respuestas que uno puede escuchar en esos casos.

Si el amor es una hierofanía que irrumpe en nuestras vidas, y si ese fenómeno ocurre indefectiblemente en pares, entonces depende del corazón que lo recibe. Si una de las dos personas de ese par lo recibe con mayor intensidad que el otro, si quizá estaba más abierto, más atento, más receptivo para recibir ese don, si es que eso es, entonces el otro se convierte automáticamente en el jerk, en el cretino de ese par, con lo que el primero queda reducido, degradado al rol de dork, es decir, de tonto. En otras palabras, si partimos del hecho de que el amor es un fenómeno que ocurre al alma, como decía Platón, un hecho que hace crecer plumas invisibles y espectaculares de entre los poros de nuestros brazos, si el amor es un encuentro entre dos partes escindidas de un andrógino perfecto, es entre el corazón y la cabeza que se resuelve el debate entre tomar con sacralidad ese hecho, como lo merece, o desecharlo. A veces el amor baja limpio de donde quiera que se aloje su substancia, y limpio anida en los corazones que lo reciben. Pero otras veces, la mayoría quizá, su pureza es recibida por el corazón y la cabeza del elegido o los elegidos, y ellos se comportan, bien como perros rabiosos que se lo disputan por desmembrarlo y devorarlo, bien como el tonto que voltea a mirar a otro lado mientras la sangre profanada le salpica la ropa. Lo que me lleva a concluir que el amor es muy común como hecho pero no siempre se desarrolla a cabalidad en la vida cotidiana.