martes, 16 de febrero de 2016

CAMINANDO ENTRE LOS HOMBRES (BASADO EN UNA HISTORIA REAL)


Después de mucho buscar, porque no es fácil encontrar un buen cuerpo en estos días, había encontrado a esa muchachita, que con unos años más, unas cuantas sesiones de elíptica y unas limpiezas faciales, sería un bomboncito. Por ahora, tenía trece años y era aún una hija de mami. Cuando la conocí, tenía el poco mundo y la incapacidad de maldecir, propias de alguien de su edad. Iba a un colegio católico y no se subía el ruedo de la falda con cosedora como el resto de sus compañeras. Era una flacucha que no tenía amigas y se ahogaba en gimnasia. No era que digamos una obsesiva con el estudio. Pasaba raspando las materias, quizá por la simpatía que despertaba en sus profesores. Simpatía y quizá esa cierta esperanza con que miran los mentores a sus discípulos menos aventajados. La niñita se la pasaba mirando por la ventana, a ninguna parte que yo hubiera visto, sólo dejándose perder en el ramaje lejano de los arboles, o en las nubes, o qué putas voy a saber. Pero precisamente por la capacidad de la niña de no pensar en nada durante ratos tan largos, por eso, me la cogí. Sin duda, fui lo mejor que le pudo haber pasado.
Me tomó poco tiempo sentirme a mis anchas dentro de su cuerpo aún no tan corrompido por las hormonas púberes. Estuve un par de meses descansando simplemente dentro de ella- Porque una posesión no es así como así. Es como un parto, aunque para adentro. Bueno, eso en realidad es lo que siente el anfitrión. Para nosotros es como tratar de entrar a la casa por la puertica del gato. O por la chimenea. Si, como Papá Noel. Igual de artrítico y gordo, pero los regalos que va a depositar son para él mismo.
Así que lo tomé con calma. Como una diversión.
El primer truco que usé fue "por qué te estás golpeando". Ese fue un hit. La gente la miraba en la calle, en clase se reían de ella, hasta logré que la llevaran a la rectoría y la suspendieran por estarse dando puños sola en la cara, a lo Fight Club. La pobre no entendía nada. Pero al otro día ya eso había perdido la gracia. Así que probé con el de "quién puso eso ahí". Le hacía zancadilla con su propia pierna, hacía que ignorara la existencia de los escalones y de los postes... Cómo me divertí esa semana. Yo era como el hermano mayor que nunca tuve. Pero al final estaba empezando a doler y francamente tampoco soy tan huevón como para fracturarle a mi anfitrión un hueso. No me hace gracia tener que inmovilizarlos. Así que la siguiente semana probé con el de "zorrita-en-boca". Que básicamente consiste en decirle zorra a todo el que se cruce por el camino. Sabía a lo que me arriesgaba. Muchos hubieran dicho que soy un demonio kamikaze pero no me van a negar que es putamente divertido verle la cara a la gente cuando la llamas zorra de la nada. A la empleada doméstica, a la vecina que ha salido a barrer el frente, al conductor de la ruta del colegio, al señor de la droguería, al conductor de una zorra, al french poodle de la abuela. Y uno va tomando impulso, coge confiancita, termina haciéndole el chistecito a la mamá de la poseída y ella la cachetea tan fuerte que te llega a doler a ti. De todos modos, ya entrados en gastos, no quedaba otra que el "metal arameo". Comencé gritando en gutural y en arameo los nombres de los muebles, de los utensilios de cocina y las partes de la casa. Los soltaba en la mitad de una frase cualquiera. Cuando la idiota estaba en la tienda pidiendo una libra de ... SILLA!!... o hablando por celular con su Paulis del niño que... PERA MANZANAS E HIGOS o sentada a la mesa en la mitad de la cena cuando le pedía a su mamá que le pasara la CANDELABRO y todo eso en arameo suena terriblemente PUDRETE EN EL INFIERNOOOO MALDITA PERRAAA. Luego seguía con frases más largas, como la inscripción en la puerta del cielo de la Divina Comedia en latín vernáculo, la primera página de la Montaña Mágica y una propaganda de champú de los años ochenta en japonés. Me sentía como una diva en su mejor época. El climax fue cuando esta niña flacuchenta y dulzarrona que no mataba una mosca y se ahogaba en gimnasia, se transformó en Hulk en la mitad de un test de Cooper e hizo la repartición de los puños EN EL NOMBRE DE LA CABRA Y LA CHOCHA DE LA LORA Y TU PUTA MADRE QUE TE PARIO POR DETRÁS ... Amén.
Ahí creo que se me fue la mano. La niñuca fue confinada a la casa. Había dejado muy magullado el cuerpo y... pasó lo que no quería: me gané una inmovilización. Me dio tanta piedra que cada vez que se me acercaba la idiota de la mamá o el imbecil del papá, les profería los más creativos insultos en todas las lenguas que conocía (y en un par que había inventado cuando me hicieron un niño de verdad unos pandilleros hace miles de años). Para probarles que estaban cometiendo una injusticia con nosotros y que estábamos perfectamente bien, me paré de la cama y bajé las escaleras caminando en arco. Pero la culicagada, como que no estuvo muy de acuerdo con ese display de flexibilidad y gracia, pues perdió el conocimiento. Esa noche oí llorar a la cucha, mientras hablaba por teléfono y esa misma noche un tal padre Karras se presentó ante mí, frente a la cama donde nos tenían atados. Me mostró el crucifijo, que a mí me indigna, porque cuando yo era un ser humano, el sufrimiento de Chuchito no se andaba mostrando en paños menores. Así que me dio tanto coraje que fue inevitable escupirle en la cara a ese esbirro de ese falso dios. Y oía la voz de la pendejita esa, por allá en el fondo de su alma, que se apretujaba conmigo en ese cuerpo entelerido, y gemía que la liberara. ¡Cállate, maldita, cállate ya!, tuve que gritarle, y el sacerdote, sintiéndose aludido, comenzó a recitar una retahíla aburridísima, parte en latín, parte en inglés, retahíla que yo trataba de interrumpir gritándole a palabra "sándwich" en arameo, en vasco y en menonita, hasta que se le secó la voz a mi vehículo, y al intentar zafarme terminé desgarrándome un músculo. Al final terminó dándome jaqueca, y como nadie iba a darme un advil, hice mi salida lo más digno y rimbombante que pude, entre estertores, chorretes de sangre y luces de utilería.

PD: este cuento no está basado en El Exorcista.