miércoles, 20 de abril de 2016

EL DIA DE GOLIAT

Hacía rato no subía nada a este blog. La verdad, estoy de trasteo. Sí, entrando al cuarto piso de mi vida y el amor me ha pegado la cachetada mas grande de mi ídem. Cachetada en el buen sentido. Y estoy mudándome a Chile. Pero en fin, aquí está. Espero que lo disfruten.



Bush lo sabía. Y la junta directiva de la NASA,  y el Pentágono y la CIA. Especialmente la CIA. Ellos eran los que tenían en su poder la máquina que había quebrado a Enigma. La habían reconstruido con los planos de Alan Turing, los mismos que habían servido para decodificar los mensajes alemanes en la Segunda Guerra y la habían adaptado a un sistema que no era con letras sino con sonidos. Largos, medianos y cortos. Y notas musicales, más parecidas a las ragas indias que al sistema occidental.
Los primeros mensajes habían sido interceptados sin querer durante la Segunda Guerra y confundidos con código morse. Luego se pensó que eran sonidos emitidos por satélites artificiales, ya en la Era espacial. Llegaron a pensar en música de las esferas. Hasta que se les ocurrió pensar que no eran ni lo uno ni lo otro ni lo de más allá, sino mensajes de una civilización no terrestre.
Para comienzos de 2001, los altos mandos politicos y militares de Estados Unidos sabían quiénes emitían los mensajes. No sabían aún quién era el destinatario. Supieron que no éramos nosotros pero que la Tierra era el tema principal. Y así fue como se dieron cuenta de que íbamos a ser el blanco de un ataque terrorista. "Pearl Harbor se repite de nuevo", dijo el General Powell, Secretario de Estado. Esta vez, y era increíble pensarlo, tendrían que dejar que ocurriera, no por una estrategia militar sino por falta de recursos. Por primera vez la tierra se enfrentaba a un enemigo que no podría vencer. Y ese enemigo, lo supieron por el camino, eran los plutonianos.
La verdad es que desde los primeros mensajes que lograron decodificaron en Langley, supieron cuánto envidiaban los plutonianos a nuestro planeta. Calor, recursos, comida, agua a montones. Se veía venir. Nos querían para ellos.
Sólo veo una solución, dijo el consejero presidencial Karl Rove. Y las palabras de Rove para Bush eran sagradas. Necesitamos recursos para sobrevivir al daño que este ataque va a causarnos. Cumpliremos el sueño de Reagan.
Y de mi padre, dijo solemne George Bush Jr.
Vamos a apoderarnos de Irak, siguió Donald Rumsfeld, Ministro de defensa, mientras sorbía su café. Así tendremos acceso a más petróleo.
Y pasemos por Afganistán, dijo John Brennan, el director de la CIA. Así nos traemos un refill de opio.
¿Podemos traernos unas bailarinas?, dijo un aseador que se había quedado limpiando bajo la mesa luego de que cerraron la puerta. Todos se quedaron mirando. Brennan  sin pensarlo le metió un tiro en la frente.
Mataremos tres pájaros, dijo el General Powell, nos cagamos a Osama, colonizamos Bagdad para enseñarles un poco de civilidad a esa raza impura e inferior y nos beneficiamos del petróleo, el opio y sí, las bailarinas, como dijo él (señalando al que estaba tendido en el suelo manchando de rojo la costosa alfombra de la sala).
Nadie más lo sabía ni podía saberlo. Ni los mexicanos, ni los alemanes, ni mucho menos los árabes. Nadie sabía que los plutonianos habían escogido Nueva York para su ataque, y la habían escogido, supusieron los asistentes a esa reunión, porque habían oído de alguna manera que los humanos la consideraban la capital de La Tierra. Algo, eso sí, tenían en común los ignorantes y los conocedores: ninguno sabía cómo tenían los plutonianos acceso a toda la información geográfica y política de nuestro planeta.
Algo sería seguro: las grabaciones que se filtrarían a los medios saldrían directamente de la sala de prensa de la Casa Blanca, editadas para que en vez de naves se viera o diera para presumir que se trataba de aviones. Los harían como las filmaciones de ovnis; lo decidieron conscientes de la paradoja: los harían borrosos.
Por eso estaba el presidente en un colegio el día del ataque, leyéndoles a los niños un cuento sin percatarse de que lo sostenía al revés. Por eso se fue a jugar golf luego de eso. Le remordió la conciencia y estuvo cercano a un infarto. No por atacar a los talibanes. No por bombardear Afganistán e Irak. Pero sí por el verse vencido por un enemigo superior.
Los irakíes no lo vieron venir. Por eso nunca encontraron armas nucleares en suelo irakí. No habían tenido tiempo de armarlas y ponerlas en su sitio. Por eso terminó siendo una masacre y no una guerra. Por eso los bombardeos en colegios y mezquitas no fueron detenidos. Eso los gringos no lo vieron venir. Al final, viendo la brutalidad de los soldados americanos en el museo de Bagdad destruyendo arpas etruscas, les hizo pensar si de verdad había valido la pena la farsa. El General Powell no recordaba que las guerras agotaran tanto. Y Jeff, George senior y Georgie Junior (los Bush iban siempre en fronda) se asombraron de lo crédulos que eran los seres humanos. Se habían creído el cuento de que el impacto de dos aviones suicidas había sido suficiente para derretir el acero de los edificios más altos del mundo. La verdad es que la caída de los dos colosos fue lo único que pudieron hacer para combatir al enemigo. No sabian qué tan resistentes iban a ser las naves si las atacaban con misiles. Pero sabían que los ocupantes no podían ser tan distintos de nosotros. Las naves iban a aterrizar en las terrazas y las tropas desembarcarían ahí, tomarían las telecomunicaciones, confiscarían el dinero, tomarían rehenes y su primera condición sería plantar ahí su primera base de operaciones militares. Desde ahí y obligarían a los terrestres a entregar uno a uno a todos los dirigentes del mundo, empezando por el mismo Georgie Jr., presidente de los Estados Unidos de América, a entregar el poder.
Por eso es que justo el día anterior los Bush hicieron desalojar todo el World Trade Center para, en un operativo ultrasecreto, forrar de arriba abajo, con explosivos plásticos, los dos edificios. Los explosivos reaccionarían a control remoto. Es lo único que se ha dejado filtrar en la red. Las detonaciones. Los bomberos y los conserjes de las torres las oyeron, antes de que las torres, a su tiempo cada una, se vinieran abajo. De arriba hacia abajo, como en un edificio que va a ser demolido. Una sinfonía de tambores infernales despidiendo escombros y fuego y polvo y pedazos de carne quemada. Y no hay nadie que les ponga cuidado. Pero tampoco habrá nadie capaz de refutarlos. En pleno centro de Manhattan no podían permitir que por alguna razón, estructuras de esa magnitud y esa extensión vertical se curvaran o simplemente se incendiaran. Eso podría llevar a una catástrofe mayor. No. Había que hacerlos implosionar. Y los miles de vidas que habia ahi en ese momento, no habían sido sacrificadas en vano.
Sólo fue necesario apretar el botón con la segunda torre, no con la primera. Al parecer, los plutonianos no calcularon bien la trayectoria, o la relación velocidad-gravedad que debían atender. Chocaron. Si serían vulnerables al fuego o no, los asistentes a esa reunión clasificada se lo preguntaron, pero no había tiempo ni forma de probarlo antes de ese día.
El 11 de septiembre de 2001, dos naves impactaron las torres gemelas. La tercera se dejó caer contra el Pentágono. Nadie salió herido pero a los altos mandos les quedó muy claro que los plutonianos habían descubierto las esategia defensiva de los humanos. Sin embargo, aunque esperaron un nuevo ataque, éste no se dio.
Algunos rescatistas aseguran haber encontrado cuerpos bastante bizarros (o sea, como se llamaba originalmente en euskera a los muy barbudos, y también como se usa hoy en inglés, como extremadamente extraños). Lo cual quiere decir que sí pueden morir, como nosotros.
En 2006, la Coalición Secreta de la Tierra contra el Espacio Interestelar (Secret Coalition of Earth Against Interstellar Space, SCEAIS), que había sido fundada para combatir a los plutonianos en 2001, se reunió en acto conmemorativo, como todos los años, y todos sus miembros brindaron por el día en que la Tierra fue salvada. Lo llamaban the day of Goliath. Whisky, vodka y alguna que otra chicha iban de un lado a otro del salón y en un momento alguien dijo que debían, como un acto de agravio contra el nuevo enemigo, inventar nombres ofensivos para denominar a Plutón (fuera de Puto —que solo tiene sentido en español— y what's up Uranus —que solo tiene sentido en inglés—). Alguno de ellos, ya bastante entrado en copas, decidio llamar, medio en serio y medio en broma, a la Sociedad Mundial de Astronomía para que los nutrieran de ideas. Qué te vas a poner a llamar a ese grupo de ñoños, dijo Georgie. Pero el personaje (creo que fue el presidente de la NASA), lo hizo de todos modos. Fue entonces cuando los de la Coalición descubrieron que los investigadores de esa organización en apariencia ñoña, sin saber lo que había ocurrido el 911, estaban, por su cuenta, en un proceso de descubrimiento de lo que llamaban objetos transneptunianos, planetoides o planetas enanos que hacían parte de nuestro sistema solar y cuyas orbitas pasaban mas allá de Neptuno y del cinturón de Kuiper. Y ahí supieron que Plutón era uno de ellos. Se rieron de buena gana, no sin cierto temor, pero brindaron por el "plutino" que había hecho morir a un tercio de la población de la isla de Manhattan pero que les había ayudado a, casi, ganar Irak, el opio y las bailarinas. Hoy por hoy, en la Coalición hay quien se vanagloria por el silencio de los plutonianos. Pero hay quien dice que ellos sí cumplieron su objetivo y que en realidad están entre nosotros. Algunas hipótesis no oficiales afirman que han suplantado a las estrellas de Hollywood, lo cual tiene sentido, porque quién más que ellos tiene tanta exposición en el mundo. En alguna de las reuniones de la Coalición alcancé a oír a uno, ya ebrio (no diré nombres), asegurar: No son cirugías. Son ellos.