lunes, 16 de marzo de 2015

EXILIO DEL MONSTRUO DE LOS TEJADOS



Cuando tenía 9 años me mudé a una casa en la calle 73 con carrera 9a. Había sido la casa de mis abuelos por allá en los años 40, antes de que mi abuelo entregara su cargo y se fuera del país. Quizá fue allí donde retornaron después de la caída de Rojas Pinilla en el 57. Era una casa amplia, de tres pisos, en una zona arborizada y residencial.
Cuando tenía 9 años me fui de la casa de Teusaquillo, la casa que mi abuelo construyó en los años 30, una casa colonial, con patio interior, buhardilla escondida detrás de un clóset y fantasmas. Le eché la bendición antes de partir y esa misma noche, la casa se inundó y dañó los estuches de los vinilos de mi mamá y muchos de sus libros. La casa, yo y los fantasmas que me le llevé teníamos un vínculo especial. Como la señora de la pañoleta que me acompañaba siempre que bajaba las escaleras en la noche, a quien se podía ver por el rabillo del ojo si se hacía con atención.
La casa de la 73 venía con sus propios fantasmas y sus propios monstruos. En las noches, los hongos de los árboles de la calle se volvían fosforescentes y se asomaban por las ventanas como cientos de ojos. Esta casa tenía una buhardilla también, pero no estaba escondida detrás de un closet sino que era amplia y accesible. Me gustaba a veces dormir en ella y dejarme desvelar por esos ojos anaranjados como ojos de pez, dejarme escudriñar el miedo.
En el entretecho de esa casa habitaban colonias de palomas que me despertaban con su currucutú todas las mañanas. Colonias de palomas que atraían colonias de moscas inimaginables. Las bauticé según su apariencia: la mosca araña, la mosca polilla, la mosca rana. Y la mosca indestructible, una mosca que usted podía golpear mil veces y no moría. Incluso saqué dotes de científica en aquellos años para inventar un veneno que acabara con todas las moscas, pero sólo acabé con las existencias del botiquín de mi mamá y de la despensa. Como algunos ingredientes recuerdo la calamina, el mentolato y el aceite de cocina. Las moscas no murieron. En cambio, la casa se llenó de un olor nauseabundo y el veneno tuvo que ser echado por el inodoro, muy a pesar mío. Juro que estaba a punto de llegar a alguna parte.
En esa buhardilla tenía mi casa de muñecas que me sirvieron para planear asesinatos, invasiones alienígenas, misterios policiacos, conflictos sicológicos intrafamiliares. En esa buhardilla leí La cabaña del tío Tom, las aventuras de Tom Sawyer y La historia interminable.
El recuerdo más curioso, sin embargo, pertenece a mi cuarto. Mi cuarto conectaba el mundo de los vivos con el mundo de los muertos, la realidad con los sueños, la lógica con lo inexplicable. Varias noches desperté sobresaltada sintiendo que alguien caminaba sobre mí en la cama. Varias veces vi seres oscuros, desgreñados y sin rostro haciendo bailes frenéticos a mi alrededor. Desde mi ventana, que daba a los tejados de la cuadra y nunca tuvo cortinas, una mañana me asomé y vi, en el tejado, no muy lejos de mi cuarto, un cráneo animal. Al llegar al colegio se lo conté a mi amiga. Varias veces habíamos hablado de salirnos por mi ventana y explorar los tejados como espías o ladrones o gatos. Pero ante esa circunstancia, la excursión se hizo perentoria. Esa tarde fue a mi casa. No exploramos los tejados, sólo caminamos hasta ese punto. Ahí seguía. A un par de metros de mi ventana. Muy engrasado, muy sin carne y muy privado del resto de su cuerpo. Era una cabeza de marrano. Recuerdo que nos tomamos fotos con ella, se la mostramos a mi mamá y hasta consideramos conservarla como reliquia de nuestras excursiones. Pero luego nos dio miedo que una maldicion fuera a caer sobre nosotros y la dejamos donde la encontramos. Imaginamos que podía pertenecer a algún hechicero que había ido a espiarme mientras dormía y que había olvidado ahí ese cráneo. Quizá lo necesitaría para hacer alguna pócima. Nunca le preguntamos a los vecinos si acaso pertenecía a ellos. Temíamos que nos privaran del derecho de imaginar. Imaginar a un borracho desquitándose con una lechona nunca sería comparable con la posibilidad de pensar que un hechicero me espiaba en las noches antes de irse a hacer sus pócimas a la luz de la luna.
Tenía 9 años cuando me pasé a esa casa. Tenía 13 cuando me fui de ahí. Ahora que tengo casi 40 he venido a la casa que fue mi vecina, que es ahora un Crepes & Waffles. La que fue mi casa también es hoy un restaurante. La fachada de mi casa y de las dos adyacentes se conserva. El color cálido del ladrillo. Los techos en punta. Las ventanas de las buhardillas. Los dinteles curvos. Incluso los árboles que tanto me fascinaban y me aterraban. Pero hoy los fantasmas, los vórtex interdimensionales, el silencio en que creé fórmulas nauseabundas, las palomas y sus pestes de moscas que tanto nutrieron mis pesadillas y mis primeros cuentos, todo eso ha sido desterrado de mi antiguo barrio. Como las abejas que ahora hacen sus panales en cualquier arbusto porque sus bosques han sido talados, los seres de sombras andan perambulando por la ciudad. Los edificios con olor a nuevo les producen incertidumbre. Las palomas, las abejas y los monstruos inframundanos se pelean las últimas casas habitadas que van quedando en pie.  


4 comentarios:

  1. Cuando los niños leían o escuchaban de sus abuelos los cuentos de hadas y de brujas, emergían de su imaginación seres que fueron poblando los árboles, los tejados y los corredores oscuros de las grandes casas.
    Hace muchos años los niños leían y escuchaban de voz de sus padres y abuelos cuentos de hadas, árboles, brujas y animales que conversaban con ellos. También creaban, sin saberlo, seres que poblaban los corredores, los jardines, los árboles y los tejados. Aunque eran su creación les producían inquietudes y a veces hasta miedo. Pero llegaron las luces multicolores de las teles, los olores de los químicos sin dulce, el crash de las bolsas de chatarra y uuuffff… se esfumaron… tuvieron que huir a otros confines porque los niños exploradores empezaron a encontrar las cabezas de los cerdos en donde se escondían cuando la noche se cubría con un manto de luz.

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  2. Así es, Inesita. Gracias por ese texto tan hermoso. Un abrazo.

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  3. Estuve contigo de nueve años. Qué buena visita hicimos.

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