martes, 14 de abril de 2015

BOGOTÁ: LA CIUDAD BARROCA




Una ciudad, cualquier ciudad, si lo pensamos bien, es un amasijo de edificios, de gente sobre cemento sobre gente, apiñados en cuadrículas a su vez entrecortadas por ríos de más gente. Gente caminando con sus paticas apuradas. Gente dándole pedal a prótesis que ruedan. Gente metida en armaduras de fibra de vidrio que rugen y pitan flatulentas.
Bogotá, por su parte, es como un cuadro del Greco o de Tintoretto, una ciudad de capa sobre capa sobre capa. La capa más subterránea de los muiscas muertos, los zipas y los zaques, los tunjos y las guacas y esquirlas del Dorado desparramadas bajo tierra quién sabe dónde. Y encima, la capa de los primeros pobladores extranjeros. Los armadillos de hierro y acero que venían de Europa montados en enormes llamas. Y encima de esa, la capa de los primeros hijos de los extranjeros y de los muiscas. Los moscas. Los mestizos. Y sobre esa, capa sobre capa, interminables capas de inmigrantes y de nativos y de hijos de unos y otros. Capa sobre capa, vamos olvidando quiénes somos.
En las filas de transmilenio se ven todas las capas como heridas abiertas en un oso que se ha comido un venado que se ha tragado un pavo que se ha tragado una lombriz que se ha muerto atorado con un mosquito.
En las filas de transmilenio, la tecnología no importa y la filosofía no importa y la economía no importa y la política tampoco importa. En las filas de transmilenio somos hordas de homo erectus huyendo de un dientes de sable y quizá persiguiendo a un mamut. Sólo permanece en nosotros la urgencia y el hastío. Todos son nuestros enemigos. Todos son idiotas. Todos merecemos pasar primero y es el resto el que debe esperar. Nos apiñamos contra el aire, contra las puertas abiertas de par en par, como lemings en competencia a ver quién se cae primero. Las rutas de transmilenio son las arterias de la ciudad por donde circula la quintaesencia del ser bogotano: la bestia atemporal. Sin pasado. Sin valores. Sin historia. Sin parafernalias culturales, sociales, religiosas, filosóficas. Sólo mamíferos en una lucha --iba a decir "sin cuartel" pero luego me pregunté el origen de este lugar común que tanto odio; por otro lado, los mamíferos no usan cuarteles para sus luchas, con un par de cuernos y un par de dientes y unas buenas garras basta.
Muchos han dicho (no merecen la cita) que la cultura es uno de los aspectos que diferencian al hombre de los demás mamíferos, y de los demás exponentes del reino animal. Pero también dijo Thomas Hobbes (y no puedo evitar pensar en el tigre de la historieta) que el hombre es lobo para el hombre y que eso es sin duda una consecuencia de la cultura. Una consecuencia de dejar el nomadismo (¿o la nomadez?) y estatalizarse. Una consecuencia de matar a los predadores que nos disminuyen y ponernos a follar como conejos.
Las ciudades grandes no son mejores por ser "cosmopolitas", "metrópolis", "globalizadas", "industrializadas". Las ciudades grandes son habitadas por gente que a la primera oportunidad que tienen, procuran un lugar más o menos íntimo (baños públicos, moteles, carros, ascensores, cocinas, vestidores de almacenes de cadena y algunas veces, camas) y se dedica a reproducirse como en mitosis perpetua. Las ciudades grandes son receptáculos de hordas de inmigrantes que se bajan en avalanchas de las flotas, de los aviones, de los barcos, como redes que se rompen y escupen toneladas y toneladas de arenque sobre las terrazas de los edificios y sobre las calles. Como bandadas de palomas aterrizando directamente en las filas de los bancos, de los buses, de los juzgados, de los hospitales, de las embajadas, de los restaurantes, como si esperaran que en algún momento fuera a llegar alguien a repartirles maíz. Hordas que vienen a buscar desempleo, a buscar hambre, a buscar ser robados o robar. Las ciudades grandes son enormes collages de capa sobre capa de gente de todas las culturas, de todos los niveles socioculturales, de eventos incesantes de teatro, ópera, conciertos, pan y circo, pero también de pobreza e injusticia y gente apiñada, esperando.

Un bogotano, entonces, en el extenso bestiario de las culturas humanas, es un espécimen cuya paciencia está siempre puesta al límite, con perpetuas tendencias asesinas y suicidas que nunca se concretan, que debe forzarse a ser feliz, a conseguir una pareja, a crear una rutina, a buscar un trabajo que lo mantenga apenas vivo. Que lo haga sentir esclavo de algo o de alguien. Como en las eras antiguas.