viernes, 10 de febrero de 2017

TE GRIFO PORQUE ERES UN HUARGO. LO PRIVADO Y LO PÚBLICO EN TIEMPOS DE HACINAMIENTO

Este es el problema. Somos muchos. Hay un promedio como de diez seres humanos por metro cuadrado. El mundo es un vagón de metro en hora punta. Nos pisamos, nos empujamos y de vez en cuando alguien nos manda la mano o nos roza con sus partes íntimas. Las partes íntimas se vuelven públicas y los sentimientos se reproducen como colonias de treponema pallidum o de estreptococo. Apretados como estamos, cada milímetro de piel y de hueso se vuelve creativo e inventa emociones nuevas para con aquellos diez otros cuerpos que se apelmazan contra ese esqueleto. Cada neurona y cada terminación nerviosa adquiere un pensamiento propio y reacciona de una forma diferente. Ahí lo políticamente correcto, lo moral, lo ético, se diluye al tiempo que secciones de las venas y las arterias dejan de recibir sangre por la presión del hacinamiento. Los arquetipos platónicos se dejan violar por el cáncer y comienzan a mutar, a volverse quimeras, trasgos, huargos, leviatanes, grifos y toda la cohorte creada por los opiómanos y muscaritómanos griegos. Antes era fácil decir te amo porque eres bueno, te odio porque eres malo. Ahora uno podría decir te grifo porque eres un huargo.

Ahora, desde el smartphone toda conversación es obligatoriamente pública, disponible para todos los de ese vagón. Por otro lado, todo corazón etiquetado con el código de barras de "humano" seguido por una serie de números que identifica a cada uno de los siete billones, siete punto uno incluyendo la niña de cuatro brazos de la India, todos los amores son poliamores, todos los seres humanos son potencialmente bisexuales y esos son los dos únicos absolutos que puede haber (ahí nombré un tercero pero eso es todo). Por lo tanto, cuando un ser humano ama a otro, ama a su vez a un promedio de unas cinco mil personas que ha conocido en la vida, incluyendo a algunos miembros de su familia y descontando a algunos de sus contactos de redes de quien sólo ha conocido sus likes, emojis y comentarios (incluso a ésos, sin embargo, puede amarlos de alguna manera).

Así que cuando uno le dice a alguien, "te grifo porque eres un f***ing huargo", le está diciendo todos los colores del espectro, incluidos los grises y los colores de la diarrea, y los odiosos rosas y los verdecitos y los empalagosos pasteles, y le está diciendo que es especial pero que no es lo único que ocupa su corazón. Y le está diciendo a la vez que lo repudia porque alguna vez lo ha herido. En la Era del Hacinamiento, como en un vagón de metro, todos somos potenciales agresores. Porque el mundo siempre se pega esas frenadas repentinas, como cuando alguien se tira a los rieles a morir, o cuando tiene que detenerse porque alguien ha tenido un ataque cardiaco o porque, inevitablemente, un neonato ha levantado el brazo desde la acera. Está bien, la metáfora del metro a veces tiene que sustituirse por la de otro vehículo; uno que haga paradas arbitrarias y no avisadas, violentas y torpes. Uno donde el conductor, Dios, sea un teratoma sin cerebro, que atropella señoras y perros por la calle, que persigue palomas para verlas estamparse contra el panorámico, que le para a las muchachas bonitas en vez de a las gordas o a las viejas, porque quiere exhibirlas como trofeos, sentarlas en el trono del motor donde puede mostrarles cuánta plata hace todos los días, mostrarles que si puede manosear las monedas con tal erotismo, quizá una de ellas deje más que el olor de su culo sobre ese trono al acabar el día. Es decir, ¿a qué chica no le gustan los teratomas?

Así que toda caricia deja al menos un moretón, todo beso deja potencialmente engarzados los piercings de las lenguas o de partes ocultas al público.  Y todo "hola" puede terminar en una violación, accidental o intencional. O en un "Frida" del mástil de la registradora que nos deja el alma coja y estéril de por vida. O dejárnosla muerta y sin ansias de trascendencia hasta que el cuerpo se pudra.

Sobre todo cuando uno debe cruzar de punta a punta la ciudad y el 90% de los pasajeros van para el mismo lado. No falta el que te clava la trabilla el cinturón en la oreja una y otra vez y terminas con tu arete y toda tu cara engarzada y cerca y oliendo un pubis anónimo, demasiado anónimo como para querer conocer el olor antes que el nombre de su dueño. Así es cuando uno postea algo en Facebook y un cualquiera te responde con un insulto, a tu gentilicio o a lo que tiene a mano, sólo porque criticaste el dictador de turno o las palabras de un egregio senador o el peinado de cierto cuarto Reich. Y luego te preguntas cómo dejan entrar a un sicópata como ése a una red pública. Y luego te avergüenzas porque te das cuenta de que tú también has reaccionado así frente a algún post... y una vez cada mil, terminas haciendo de ese sicópata uno de tus amigos más cercanos. Las otras 999 veces (la bestia volteada de cabeza) probablemente te digas, como cuando se te engarza el arete en la trabilla de ese cinturón, "he visto demasiado, necesito un descanso" y te das un break. Escribe amén (o Amón-Ra, o Zaratustra, o Yoda, lo que te nazca) y comparte si te ha pasado. Y que sigan cayendo, sobre mi arete, las trabillas anónimas.

1 comentario: