jueves, 31 de octubre de 2019

Leer a Clarice Lispector como una autora del género fantasía



Clarice Lispector nació en una familia  judía originalmente de Podolia, que ahora forma parte de Ucrania, en 1920, en medio de la huida de sus padres y de dos hermanas mayores, desde dicho país hasta Rumania, de donde finalmente tomarían un barco hacia Brasil. La experiencia vivida por su familia antes de su nacimiento había sido tan fuerte que la alcanzó a golpear a ella.




La madre de Clarice, Mania Lispector, protegiendo a sus hijas durante la huida, fue violentada por un grupo de soldados rusos y contrajo una enfermedad (Moser apunta que puede haber sido sífilis), que la llevó a un deterioro muy rápido de su sistema nervioso. Clarice fue concebida por una superstición que decía que una mujer con esta dolencia se podía curar si concebía un hijo. Sin embargo, no sólo Mania no se curó, sino que por el hambre, la falta de centros médicos en medio de la guerra, además de la inexistencia de buenas medicinas para la enfermedad, Mania Lispector llegó al Brasil con un daño neurológico severo: una parálisis del cuerpo. Esta estatua hermosa y sufriente, al esposo Pinkas, bautizado Pedro al llegar al Brasil, a las dos hijas Tania y Elisa y a la propia Clarice, los acompañó hasta que murió en 1930 como un vivido recuerdo de todo el trabajo que habían tenido para poder alcanzar la libertad en América.

Clarice Lispector fue una niña, desde pequeña, inquieta. Fue educada en colegios judíos y graduada de Derecho y aunque no vivió lo que el resto de su familia, padeció del mismo estrés postraumático como le hubieran dicho hoy, siendo víctima de la ansiedad toda su vida. Es por esto que se hizo adicta a los ansiolíticos, tomaba antidepresivos y visitó varios terapeutas hasta su muerte prematura en 1977.

Se casó con un diplomático, Maury Gurgel Valente, y esto la llevó a recorrer Europa en plena Segunda Guerra Mundial.  En Nápoles, Italia, se hizo voluntaria para cuidar a los heridos de las tropas brasileñas que luchaban con los aliados. El haber convivido con la enfermedad de su madre, el haber sido testigo tan cercana de la guerra, convirtió a Clarice en una escritora profundamente preocupada por el otro, por lo diferente, por las relaciones de poder y por cultivar, en contraste, un riquísimo mundo interior que la hacía muchas veces ser un bicho raro entre sus contemporáneos.

En 1966, a la edad de 46 años, a causa de su adicción a los calmantes, Clarice Lispector, que fumaba profusamente, se quedó dormida en su apartamento con un cigarrillo en la mano y quedó atrapada en un incendio que le causó quemaduras de tercer grado por todo su cuerpo. Incluyendo sus brazos, que quedaron con daños profundos y esto le hizo muy difícil la actividad escritural de ahí en adelante. En 1977 le diagnosticaron un cáncer de ovario que dos meses después la llevó a la muerte.

Clarice Lispector fue terriblemente incomprendida en su época. Sus obras, si bien eran publicadas incesantemente en periódicos y revistas, nunca fueron para un público masivo. Solamente hasta después de su muerte fue que Clarice comenzó a ser reconocida como la gran escritora que era.

En Brasil tenemos 3 modernismos, comenzando por el precursor que es Machado de Assís, gran autor del siglo XIX, siguiendo por los antropófagos en los años 20 y con una tercera generación de los años 40, la escritura intimista de exponentes como Lúcio Cardoso. Muchos sitúan a Clarice dentro de este tercer modernismo,y ella es contemporánea de los intimistas. Sin embargo, no podría ser catalogada dentro de ninguna de estas escuelas, ya que el estilo de ella es único. Clarice mezcla un lenguaje infantil y fresco con expresiones del portugués de Portugal, con formas arcaicas de escritura. La idea de los géneros narrativos se difumina en su prosa y por lo general usa episodios de su propia vida como materia prima de su obra, pero a la vez, como excusa para desarrollar sus propias teorías filosóficas, en las que parte de autores como Spinoza, Camus, Sartre, Kierkegaard y Heidegger. Una de sus muchas preocupaciones es la búsqueda por el ser mujer, y aunque muchos la catalogan como feminista, sería reduccionista encasillarla como tal. Clarice es un monstruo.

Si uno rastrea el género Fantasía hasta sus orígenes, que son las novelas épicas y los cuentos maravillosos, se da cuenta del importante papel de lo mítico en los albores de toda la literatura. El mito entendido como una relación indivisible del ser humano con lo sagrado, significó un poder tal, que dio al hombre la necesidad de comunicar eso sagrado que inundaba la vida cotidiana en aquel entonces. La presencia divina encarnada en un ave, por ejemplo, como en la antigua Grecia Zeus se encarnó en un cisne, se ve en los cuentos rusos, como en El pájaro de oro, analizado por Vladimir Propp, y se sigue viendo, aun de una forma más sutil, en Clarice Lispector, en cuentos como "La legión extranjera" que nos disponemos a revisar.

La literatura del siglo XX, respecto de estos géneros antiguos, no los echa abajo, sino que los usa como materia prima, una capa base para construir sobre ella los múltiples niveles de sentido.

Portada de la 6°
edición del libro
en Brasil
"La legión extranjera" es el título que lleva todo el libro de cuentos de la autora brasileña. En términos generales, el libro habla de diferentes culturas inmigrantes que se encuentran unas con otras en Brasil, y del tipo de relaciones biopolíticas que establecen entre sí. El cuento que aporta dicho título al libro habla de los Dos Santos Aguiar y la familia de la narradora, que puede ser la misma de la autora (su obra es casi siempre autobiográfica). Los Dos Santos Aguiar, aun teniendo un apellido portugués, tienen la piel trigueña y Clarice los relaciona con alguna tribu de la India.

"Más tarde recordé cómo la vecina, madre de Ofelia, era trigueña como una hindú. Tenía ojeras violáceas que la embellecían mucho y le daban un aire fatigado que hacía que los hombres la miraran una segunda vez"
"Ofelia es la que no volvió: creció. Fue a ser la princesa hindú por la que su tribu esperaba en el desierto"

Dueños de una cadena de hoteles, conviven en el piso 10 de un edificio con la familia de Clarice, y miran en menos a ésta por una razón económica. Si la familia de la narradora es la familia de la autora, esto corresponde a un racismo invertido, del asiático hacia el blanco. 

Ofélia, la niña de 8 años de ese matrimonio, ejerce cada vez que puede una presión sobre la narradora, materializada en criticas a pequeños actos cotidianos:

"Con sus ocho años altivos y bien vividos, decía que en su opinión yo no criaba bien a los chicos; pues a los chicos, cuando se les da la mano, quieren subirse a la cabeza. El plátano no se mezcla con la leche. Mata. Pero claro que usted hace lo que quiere; cada uno sabe lo suyo. Ya no era hora de estar en bata; su madre se cambiaba de ropa en cuanto salía de la cama, pero cada uno termina llevando la vida que quiere. Si yo le explicaba que era porque todavía no me había bañado, Ofelia se quedaba quieta, mirándome atenta. Con alguna suavidad, entonces, con alguna paciencia, agregaba que no era hora de no haber tomado todavía el baño. Nunca era mía la última palabra. Qué última palabra podría dar cuando ella me decía: la empanada de verdura nunca lleva tapa"
"Me dijo que yo había comprado demasiada verdura en el mercadillo; por lo tanto, no iban a caber en el pequeño refrigerador, y, por lo tanto, se marchitarían antes del próximo día de mercadillo. Días después yo miraba las ver­duras magulladas. Por lo tanto, sí. Otra vez había visto mis verduras esparcidas por la mesa de la cocina, yo que disi­muladamente había obedecido. Ofelia miró, miró. Parecía dispuesta a no decir nada. Yo esperaba de pie, agresiva, muda. Ofelia dijo sin ningún énfasis:
-Es poco hasta el próximo día de mercadillo."

Los padres de Ofélia callan cuando ven a la narradora, pero las palabras de la niña dejan ver claramente lo que los padres piensan de ésta:

"Una vez, des­pués de su largo silencio, me había dicho, tranquila: usted es rara. Y yo, alcanzada en pleno rostro sin protección -justamente en el rostro, que por ser nuestro revés es cosa tan sensible-, yo, alcanzada en pleno, había pensado con rabia; pues vas a ver que es precisamente esa rareza lo que buscas. Ella, que estaba totalmente protegida, y tenía madre protegida, y padre protegido" .

Hasta que se introduce en esta ecuación-relación una variante inesperada: un pollo. Un animal pueril y cotidiano pero que en el cuento se vuelve un elemento mágico, un catalizador. Aparece en dos momentos de la historia. Al comienzo, rodeado de la familia de Clarice y al final, que cronológicamente corresponde al pasado, expuesto ante la niña. Algo curioso relacionado con ambas apariciones de la pequeña ave es que en el resto del cuento, la narración es ágil. Pero cuando llega al momento de encuentro entre ésta y los personajes, el tiempo se condensa, se detiene. En la primera escena, rodeado de Clarice, el esposo y cuatro hijos (en la realidad ella tuvo dos, esta es una leve diferencia respecto de la ficción), el animal sirve a la narradora para establecer unas jerarquías biopolíticas entre los miembros de la familia:

“Nosotros los adultos, ya teníamos cerrado el sentimiento. Pero en los niños había una indignación silenciosa, y nos acusaban de que no hacíamos nada por el pollito ni por la humanidad [...] Un hombre y cuatro niños me observaban incrédulos y confiados. Yo era la mujer de la casa, el granero [...] Intenté aislarme del desafío de los cinco hombres para también yo esperar de mí y acordarme de cómo es el amor. Abrí la boca, iba a decirles la verdad: no sé cómo” .

No hay mejor ejemplo que el anterior párrafo para representar lo que dice Foucault sobre el biopoder, no como una “estructura binaria compuesta de «dominantes» y «dominados»” sino “una producción multiforme de relaciones de dominación que son parcialmente integrables en estrategias de conjunto” (Foucault 1979: 171). En el primer extracto de la cita, se ve una división jerárquica etaria, entre los adultos y los niños. Los adultos que ocultan la verdad de que “las cosas son así”, es decir, que el miedo del otro (en este caso el pollo) no puede ser aliviado de repente, de que el miedo y el desamparo existen y no pueden ser curados del todo, y eso, como familia, los divide en los que saben y los que aún lo ignoran. En segunda instancia, se ve una división de género: Los cinco hombres y la única mujer. Ella, que es la Madre, la Ama de casa (arquetipos o estereotipos), debería saber amar, debería poder salvar al pequeño ser de su miseria. Y a esto ella responde, cuestionadora como siempre, andrógina y foránea, “no sé cómo”.

Esto nos lleva a un sueño de Clarice, narrado por ella, donde volvía a Ucrania, para entonces inserta en la URSS, y la expulsaban porque no se comportaba “como una mujer”, no esperaba a que le retiraran la silla y encendía ella misma su cigarrillo. Así, la Clarice real se inserta y se ficcionaliza dentro del cuento una vez más en este fragmento.

Volviendo al pasado, al tiempo en que hubo ese otro episodio de desamparo con otro pollito, la narradora cuenta cómo, al otro día de adquirir el pequeño animal, Ofélia llega, comienza a comportarse como lo que es, una abuelita intransigente, hasta que advierte el piar de ese pollo en la cocina. La protagonista cree ver en ella una “transmutación” de la abuelita, de vuelta en su cuerpo de niña de 8 años. Primero expone lo que había ocultado: la envidia:

"Me miró rápida, y era la envidia; tienes de todo, y la censura, porque no somos la misma y yo tendré un pollito, y la codicia: ella me quería para sí. Lentamente me fui reclinando en el respaldo de la silla; su envidia, que desnudaba mi pobreza, y dejaba pensativa a mi pobreza; si no estuviera yo allí, también robaría mi pobreza; ella quería todo".

Después, aparece una suerte de iluminación que la regresa a la infancia:

"Allí frente a mí, como un ectoplasma, ella se estaba transformando en una niña. No sin dolor. En silencio yo veía el dolor de su alegría difícil. El lento cólico de un caracol. Se pasó lentamente la lengua por los labios finos. (Ayúdame, dijo su cuerpo en la penosa bipartición. Estoy ayudándote, respondió mi inmovilidad). La agonía lenta. Ella estaba engordando, deformándose con lentitud. Por momentos los ojos se volvían puras pestañas, en una avidez de huevo. Y la boca de un hambre temblorosa. Casi sonreía entonces, como si extendida en una mesa de operación, dijera que no estaba doliendo tanto. No me perdía de vista: había marcas de pies que ella no veía, por allí ya había caminado alguien, y ella adivinaba que yo había caminado mucho. Se deformaba más y más, casi idéntica a sí misma. ¿Arriesgo? ¿Dejo sentir?, se preguntaba en ella. Sí, se respondió por mí".

Pero con el giro inesperado de que en vez de eso, la niña saca, de más atrás que su infancia, su pasado salvaje: el deseo, la envidia, viajan hasta una pulsión atávica. La niña mata al pollo.

Zeus, convertido en cisne se le aparece a Leda e inocula en ella la vida de la que nacerá Helena. El pájaro de oro es capaz de dar riqueza y vida a quien lo posee. En la literatura de Clarice, en cambio, el milagro se rompe. Pero da paso a una verdad insospechada. La salvación de Ofélia no estaba en responder a un constructo social estereotipado del niño como una presencia angelical, sino como un animal salvaje.

Hay que agregar aquí que, como esta autora vanguardista no deja nada al azar, el apellido Dos Santos Aguiar (Traducido como “De los Santos Aguilar”) nos lanza una alerta de rapacidad y de doble moral. Ellos son de la estirpe de los Santos, como los brahmines hindúes descienden de los arios creadores de los Vedas, y deberían ser todos “santos”, pero son los comerciantes más avezados de la India. Y Aguiar no se refiere a cualquier ave, no es Gallina, ellos son Águilas. Las aves rapaces circundan los terrenos domésticos de otras aves, los nidos ajenos, los espacios del otro se vuelven marcas de ataque, lugares de caza. No es raro, por eso, que Ofélia sea tan insistente en aparecerse en el espacio íntimo de la otra: es un ave de rapiña, está acechándola.

De aquí se desprenden dos constantes de la literatura lispectoriana: la animalidad y el “no pertenecer”. La animalidad, la obsesión con usar animales, es una reiteración de la metáfora de la hierofanía: lo sagrado irrumpe en la vida cotidiana. El ejemplo más claro se ve en "La pasión según G.H.", donde el encuentro con una cucaracha es una experiencia reveladora. Modifica la conciencia y abre el inconsciente a la posibilidad del no-tiempo. En "La legión..." el encuentro con el pollo le revela a la narradora su propia incapacidad de amar. A Ofélia, la revelación se le da indómita, salvaje. En "Cerca del corazón salvaje", el caballo es la metáfora elegida por Clarice para presentar la hierofanía, que es la misma de Ofélia: lo indómito como búsqueda.

En cuanto al no pertenecer, la autora escribió un texto corto sobre ese tema. "Pertenecer". En palabras de la autora:

"Mi madre estaba ya enferma, y, por una superstición muy difundida, se creía que tener un hijo curaba a una mujer de su enfermedad. Entonces fui deliberadamente creada: con amor y esperanza. Sólo que no curé a mi madre. Y siento hasta el día de hoy esta carga de culpa: me hicieron para una misión determinada y fallé. Como si contasen conmigo en las trincheras de una guerra y yo hubiera desertado. Sé que mis padres me perdonaron por haber nacido en vano y haberlos traicionado en la gran esperanza. Pero yo, yo no me perdono. Querría que simplemente se hubiera cumplido un milagro: nacer y curar a mi madre. Entonces, sí: yo habría pertenecido a mi padre y a mi madre [...] Y entonces lo supe: pertenecer es vivir".

Su biógrafo Benjamin Moser anota que los primeros intentos de escritura de la autora fueron cuando era muy pequeña, viendo a su madre paralizada por la sífilis, y montándole obras de teatro, no para entretenerla en sus largas horas inmóviles, sino porque pensaba que sus historias podían curarla:

"Clarice was too small to be able to offer any real assistance. The only help she could offer was magical [...] She put together little plays to entertain her, sometimes succeding in making the doomed “statue” laugh [...] she contrived magical endings in which a miraculous intervention cured her mother’s illness” (Moser 60).

Su madre enferma la concibió como una promesa de milagro. Pero el milagro no se hizo. Ella intenta compensar la imposibilidad a través de la literatura. Acaso sabiendo de antemano que dicha empresa también va a fracasar. Esa imposibilidad de realización es la que signa su obra.

Clarice Lispector usa la escritura como un chamán usaba los mitos con aquéllos que iban a ser iniciados en el mundo de la adultez. El mito, como dice Vladimir Propp en "Las raíces históricas del cuento", hunde sus raíces en el rito de iniciación. El mito intenta dar un sentido al rito, que como apunta él, en los remotos inicios de la civilización humana era cruel, era una cuestión de vida o muerte. Los monstruos eran reales. Rituales de ahorcamiento, de escarificación, de duelos contra bestias, de pasar literalmente por entre los dientes afilados de una estrecha cueva. Sólo los más fuertes sobrevivían. Los que invocaban a sus ancestros animales. Y ahí estaba su salvación y su libertad. Caperucita y el lobo, Juan y el ogro de las habas mágicas, Blanca Nieves y la bruja, todos esos enfrentamientos descienden del mito y a la vez del rito de iniciación.
El género fantasía es hijo de esa cadena, sólo que corta el vínculo con lo sagrado. Porque el mito nos enseñaba a temer de los dioses. Pero cuando el cristianismo llegó y desligó al dios de la naturaleza, y dijo que Dios es amor, los cuentos quedaron como meras historias para divertir. Así el mito dio paso a la fantasía. Sin embargo, según Bettelheim, aunque nuestra alma no recuerde esos dioses antiguos y crueles, al escuchar una historia de fantasía, nuestra siquis se organiza. Como si recordara. Esos cuentos adquieren entonces una capacidad de esperanza. Los cuentos de Clarice Lispector se desprenden del mismo origen de los cuentos maravillosos, pero al aplicarlo a su época, a su cultura, a su propia tragedia, nos advierte: cuidado, a veces los ogros también ganan. Pero... ¿Acaso nosotros podemos tener algo de ogros?




BIBLIOGRAFÍA


Foucault, M. (1979). “Poderes y estrategias” y “Las relaciones de poder penetran los cuerpos” en Microfísica del poder. Madrid: La Piqueta.

Foucault, M. (2002). “Los cuerpos dóciles” en Vigilar y castigar, nacimiento de la prisión.- 1a, ed.-Buenos Aires : Siglo XXI Editores Argentina.

Lispector, C. (2016). “A legião estrangeira” en Todos os contos, Brasil: Rocco.

Moser, B. (2014). Why this World, a Biography of Clarice Lispector, Penguin, England.

Fitz, E (2001). Sexuality and Being in the Postructuralist Universe of Clarice Lispector, the Difference of Desire. USA: University of Texas Press.

Propp, V (2008). Las raíces históricas del cuento. Ed. FUNDAMENTOS.

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